LA SUSTITUTA
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Definitivamente,
aquella tarde, no llegaría la bailarina que hacía el papel de mandamás en el elenco;
había enfermado, por lo que me pidieron “obligatoriamente” tomar su puesto para
el acto. Teníamos que quedar bien, era un evento interuniversitario, estaban
muchos estudiosos del folklore, estábamos representando a la universidad “La
Agraria”, “al Taller” a “Arguedas…” etc. No había posibilidad de rechazar mi
participación; por lo que casi sin percatarme ya me encontraba vestida para la
presentación.
En
serio, estaba temblando, aunque no imaginaba que se me notara. Es que yo nunca
había hecho “cosas serias” como esta, nada más que para la diversión interna. Daba
la razón a quienes manifestaban que, “una cosa es con guitarra y otra con cajón”:
el ambiente así, con la orquesta, el vestuario, la coreografía a desarrollar,
etc. ejercían una presión, difícil de poder dar lo mejor de lo que no tenía. La
confianza de los amigos y los consejos de último momento me exaltaban, comprendía
que me faltaba vivencia en este campo.
Mi
pareja, que cogía mi mano, me hablaba despacio intentando serenarme - ¿cómo
puedes temblar así? si esto es más fácil que cantar, estamos juntos –. Evidentemente
era notoria mi agitación, porque el profesor se acercó también, – Conoces el
mensaje de la danza, tu papel de patrona, de anfitriona, te permite hacer lo
que te parece, no tienes que seguir una coreografía estricta, tú te la
inventas, solo únete a la fiesta, al color, a la dinámica, ponle tu alegría, de
eso se trata esta festividad-. Efectivamente,
la vivacidad de la danza me atraía, por lo que muchas veces me infiltré en los
ensayos, el profesor nunca me impidió, muy por el contrario, siempre me motivó.
El
Taller de Arte José María Arguedas - TAJMA, de la Universidad Agraria La Molina
- UNALM, era un espacio cultural que promovía la investigación, rescate y
difusión de las danzas y música de los diversos pueblos de Perú; acogía a quienes
gustaban del arte (alumnos, profesores y trabajadores), y se quedaban los que,
además, se identificaban con la cultura nuestra ya que implicaba mucho
compromiso con los estudios de carrera y las horas extracurriculares que
entregar. Fue un bálsamo para mí, permitió superar mi orfandad en la capital.
Mi
papel aquí, era cantar con el acompañamiento de la estudiantina y a veces
también acompañar el canto de las danzas, esto era más cómodo para mí. Inicialmente
elegíamos temas que alumnos, trabajadores, profesores nos presentaban, los
ensayábamos y luego los ejecutábamos en los eventos que organizábamos o que
alguien nos invitaba. Más adelante, en las vacaciones, salíamos a conocer los
pueblos y recopilábamos de primera mano lo que luego los presentábamos en
distintos escenarios.
Por
ello, en esa tarde, me sentía tan inerme, no era lo mío, me faltaba seguridad y
temía malograr la presentación. Las chicas, los chicos eran diestros, los había
contemplado siempre con admiración, sus aptitudes, su plasticidad, su gracia,
eran únicos. De esta danza, conocía los pasos y la música más no la
coreografía, que solo lo había visto. Pero para las chicas todo estaba bien, me
veían linda con tanto colorido del vestuario, me animaban, me maquillaron,
arreglaron las flores, las polleras la manta el sombrero para que no cayera –
si cae algo, sigues bailando, luego se recoge- me insistían.
La
danza con la que participaríamos en ese encuentro, era el “Santiago”, fiesta
tradicional de los meses de julio, de los pueblos de Junín; hermosa por su
coreografía, por la vestimenta, por la música y por su significado: expresa el
conteo y la marcación del ganado, que deviene en gran júbilo su incremento; por
lo que los patrones, dueños del ganado, muy agradecidos con la Pachamama, madre
tierra, sus trabajadores, vecinos, amigos, ofrecen una fiesta con bebidas y
comida en abundancia.
Es
lo que debíamos representar. Por ello fiel a las costumbres, de pronto apareció
ella, la importante de los instantes vitales, a quién casi siempre esquivaba, el
PISCO, la “bebida espirituosa” de Perú, esa que tiempla el alma lo necesario
para expresar el sentimiento, laxa los ligamentos para dar la fuerza requerida
para la danza o la tocata, afloja lo suficiente las cuerdas vocales para afinar
la voz y declamar, cantar o vitorear. Llegó precisa, a romper la fragilidad del
momento, una copa al inicio y otra para salir, creo que fueron suficientes para
moderar mi espíritu, lista para danzar frente a un público que desconocía pero
que de danzas folklórica conocía.
-
¡Atentooooos, nos están anunciando! – clamó el jefe. -Todos en sus lugareees y
vaaa: ¡tres urras por Arguedas! ¡ra, ra, ra! Otra por la UNALM: ¡ra, ra, ra! -.
Esos ánimos sumaron mi motivación, me sentí parte de un equipo que estaba listo
para narrar la costumbre de un pueblo luchador, que sabía tener un momento para
celebrar, festejar con alegría y agradecer a la madre naturaleza con esperanza,
las bondades recibidas.
-
¡Salió la melodía! - continuó el jefe, - ¡muchachos marquen pasooo… patroneeeeees:
1, 2, 3 adentro! - logro escuchar, vivo el entonces junto con los mil
pensamientos, la tembladera y el trago que hacían una nebulosa mi cerebro:
éramos los primeros en salir al ruedo. - ¡Dios!, ¿ahora?, ¿hay tanto público?, ¡Uy!
XYZ me estará viendo, ¿cómo llegué aquí? - recuerdo … - Pero ¡ahí vamos, no
queda otra! ¡ya estamos en el escenario! - Me repetí, segundos antes de sentir
únicamente la música, mis pasos y mis movimientos que se volvieron casi
repetitivos, a la par del guapeo femenino, de la algazara y el triunfo, tan
agudo como las cabezas de los Apus, los cerros.
Tengo
casi claro el final del evento: las chicas con sus sonrientes caras inmóviles
bailando graciosamente, ya de salida; los muchachos guapeando con sus últimos
alientos y fatigada alegría; retumbando mi corazón y mis pasos en movimiento al
ritmo del ¡ajajay, ajajay, ajajay!, de la mano del patrón, era la última
vuelta, saliendo del escenario que parecía inmenso, sonriendo, despidiéndonos apoyados
por el agradecimiento del maestro de ceremonias y la ovación del público.
Luego, llegar al camerino, aflojando el vestuario para aumentar mi volumen de
aire y echarme en el piso por largo tiempo…
Siempre
eran hermosos los finales de los eventos. ¡¡Jajaja!! Se tornaba en una
evaluación informal, donde todos podían decir sus errores, me di cuenta que,
nunca nadie salía diciendo que estuvo perfecto, aunque el público los aclamara;
yo nunca capté errores de los danzantes en el escenario, para mí eran lo mejor
y casi siempre estuve ahí, para decírselos. Era muy diferente al canto, donde
cualquiera nota si no llegaste a los agudos deseados, si tuviste una tonalidad grave
muy tosca, si no vas en el tiempo, etc. eso lo pueden percibir, al igual que a
un solista de guitarra.
Pero
esa tarde, fue la excepción, creo que yo los distraje con mi debut improvisado,
estaban contentos, solo preocupados porque seguía en el piso, recordaban mis
desplazamientos, mi soltura, mi naturalidad ¡jajaja! Yo me reía por dentro, estaba
achispada solo así podía haber hecho todo aquello; y mis cachetes adormecidos, mi
guapeo chillón algo raros, algún traspié, lo decían, entonces no queriendo
hacer un papelón en el escenario, me movía con más ganas, aunque seguro exageré,
pero en mi rol “estaba permitido”.
Días después, en la universidad, a la salida del comedor, me encontré con la amiga a quién sustituí, ya estaba bien, feliz me abrazó porque salvé al Taller; me motivó a seguir en danzas y al llegar al taller, entre risas todos la molestaban, yo era la titular y ella la sustituta.
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