Se oía como en alguna radionovela que la abuela
Soledad escuchaba: “-! Negra, negra y ¡adoptada! ¿Por qué nadie me dijo la
verdad?! ¡Reina de Saba, Reina de Saba! ¡Qué ocho cuartos!” - pero no, era Miriam
que, llorando desconsoladamente, se encerraba en su habitación, y como solía
hacerlo en los juegos, buscaba ocultarse, haciéndose un ovillo pequeñito para perderse
en la cama, esta vez sin querer escuchar a nadie, ni siquiera a su padre por
quién se desvivía.
“Fue en una época de fuertes tormentas, lluvias, relámpagos, vientos y grandes huaicos; cuando pasó por Qhishuar, la Reina de Saba, que huía en su alfombra voladora con su gran séquito, perseguida por el Rey Dragón. Nadie podía verlos por la neblina oscura que envolvía al pueblo. Pero de repente un gran rayo los alcanzó, dañando la tripulación, partiendo la alfombra que fue a dar muy cerca a la casa, por lo que se les brindó ayuda con mucha discreción para no alarmar a la población que estaba muy sobrecogida. De los escombros, salió una bella señora, junto a dos hombres, protegiendo entre sus brazos a una pequeñita; ella, al ver a 03 niñas hermosas, tus hermanas, y temiendo ser alcanzada por su enemigo, por el mal tiempo que no la ayudaba, abrazó con mucho amor a la bebé y en seguida se lo entregó a tu madre, diciendo: ‘- para hacer más bello tu rosal, Miriam, la reina de Saba, es tuya, aquí estará segura-’. Después, terminada la reparación de la alfombra, los viajeros emprendieron su curso, pero nunca ella dejó de escribirte, cada navidad, cada fecha de tu cumpleaños”.
Y ahora, a los 11 años, informada por bocas perversas, Miriam no deseaba ver a nadie y sus padres lamentaban que así sucediera, nunca le pudieron contar las circunstancias reales de su llegada. Mi tío se repetía – siempre intenté, siempre, pero me quedé corto – hasta ensayé, poniéndome frente a ella narrándole la verdad: “cuando tu tío Amilcar se recibió de médico, fuimos con tu madre a acompañarlo hasta Trujillo y nos quedamos quince días. En una de las noches que estuvo de guardia, cansado, a eso de las 3 a.m. se retiró a fumar un cigarrillo detrás de los consultorios; pasado un tiempo escuchó un gemido casi inaudible que al principio ignoró pensando que podía ser un gato, pero al siguiente, presuroso se guio por el sonido, dentro de una caja descubrió a una recién nacida envuelta en una sábana blanca, a la cual salvaron. En los días siguientes, sabíamos de los avances de la niña, - ‘está relinda’-, nos comentaba feliz, mi hermano. Cuando la iban a trasladar al Albergue Infantil, nos invitó a verla: unos bellos ojos en tan pequeño cuerpecito nos recibieron, no dudamos en acogerla, - ‘será nuestra Reina de Saba’- dijo tu madre, mientras te abrazaba”; terminó su relato, dando un suspiro.
Aquella noche, la familia se juntó en la casa de Miriam, los hermanos, abuelos, tíos, primos; todos nos acurrucamos en la sala esperando por ella. Cuando al fin salió por la mañana, nos miró sorprendida, abrazó a mi tío y se echó a llorar abrazando a mi tía. Después, todos la abrazamos, lloramos hasta que preguntó – ¿todo esto es por mí? - y con gran algarabía, la levantamos, lanzamos gritos, estruendosas risotadas y saltos felices. Fue un hermoso momento familiar, todos amábamos a Miriam y ella lo sintió así.
Siempre las vacaciones las pasábamos en el campo, eran magníficas, pero aquellas fueron especiales para Miriam. Una de las terneras había concebido dos y en el proceso del parto murió, quedando huérfanas las dos becerritas que requerían cuidado porque no podían sostenerse en pie. Ella se obligó a adoptarlas, haciendo lo imposible para que las huérfanas zafaran; hasta dormir con ellas las primeras semanas o crear un espacio abrigador, instalando un fogón a modo de calefactor para atenuar el frío nocturno. Disfrutó responsablemente sus logros, la primera noche ambas cogieron el biberón, dos días después comenzaron a pararse solas, a la quincena ya la seguían o llamaban, bramando - maaa, maaa, maaa-, cuando no la encontraban; - “mis preciosas Qu y De”- les decía mientras ellas, retozando acudían a su lado. Pasado los tres meses, estaban fuertes, hermosas, listas para seguir viviendo y teniendo que asistir al colegio las dejó al cuidado del pastor, a quién instruyó al detalle.
Ese año entraba a la secundaria, - “cosa seria”- manifestaba. Días antes del inicio de clases, pidió a la abuela hilos de distintos colores, luego sabríamos para qué: en su mochila negra, bordó en letras grandes y góticas “CAMERUN”. Desde entonces, sus compañeros solo la llamaron Miriam, y con el correr del tiempo, Dra. Miriam, la salvadora de animales.
Judih Quinteros Ewest
Recientemente publicado en el Narratorio
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