Radio Cajatambo

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jueves, 23 de noviembre de 2023

LA SUSTITUTA

(https://elnarratorio.blogspot.com/p/antologia-literaria-digital-nro-93.html)

Definitivamente, aquella tarde, no llegaría la bailarina que hacía el papel de mandamás en el elenco; había enfermado, por lo que me pidieron “obligatoriamente” tomar su puesto para el acto. Teníamos que quedar bien, era un evento interuniversitario, estaban muchos estudiosos del folklore, estábamos representando a la universidad “La Agraria”, “al Taller” a “Arguedas…” etc. No había posibilidad de rechazar mi participación; por lo que casi sin percatarme ya me encontraba vestida para la presentación.

En serio, estaba temblando, aunque no imaginaba que se me notara. Es que yo nunca había hecho “cosas serias” como esta, nada más que para la diversión interna. Daba la razón a quienes manifestaban que, “una cosa es con guitarra y otra con cajón”: el ambiente así, con la orquesta, el vestuario, la coreografía a desarrollar, etc. ejercían una presión, difícil de poder dar lo mejor de lo que no tenía. La confianza de los amigos y los consejos de último momento me exaltaban, comprendía que me faltaba vivencia en este campo.

Mi pareja, que cogía mi mano, me hablaba despacio intentando serenarme - ¿cómo puedes temblar así? si esto es más fácil que cantar, estamos juntos –. Evidentemente era notoria mi agitación, porque el profesor se acercó también, – Conoces el mensaje de la danza, tu papel de patrona, de anfitriona, te permite hacer lo que te parece, no tienes que seguir una coreografía estricta, tú te la inventas, solo únete a la fiesta, al color, a la dinámica, ponle tu alegría, de eso se trata esta festividad-.  Efectivamente, la vivacidad de la danza me atraía, por lo que muchas veces me infiltré en los ensayos, el profesor nunca me impidió, muy por el contrario, siempre me motivó.

El Taller de Arte José María Arguedas - TAJMA, de la Universidad Agraria La Molina - UNALM, era un espacio cultural que promovía la investigación, rescate y difusión de las danzas y música de los diversos pueblos de Perú; acogía a quienes gustaban del arte (alumnos, profesores y trabajadores), y se quedaban los que, además, se identificaban con la cultura nuestra ya que implicaba mucho compromiso con los estudios de carrera y las horas extracurriculares que entregar. Fue un bálsamo para mí, permitió superar mi orfandad en la capital.

Mi papel aquí, era cantar con el acompañamiento de la estudiantina y a veces también acompañar el canto de las danzas, esto era más cómodo para mí. Inicialmente elegíamos temas que alumnos, trabajadores, profesores nos presentaban, los ensayábamos y luego los ejecutábamos en los eventos que organizábamos o que alguien nos invitaba. Más adelante, en las vacaciones, salíamos a conocer los pueblos y recopilábamos de primera mano lo que luego los presentábamos en distintos escenarios.

Por ello, en esa tarde, me sentía tan inerme, no era lo mío, me faltaba seguridad y temía malograr la presentación. Las chicas, los chicos eran diestros, los había contemplado siempre con admiración, sus aptitudes, su plasticidad, su gracia, eran únicos. De esta danza, conocía los pasos y la música más no la coreografía, que solo lo había visto. Pero para las chicas todo estaba bien, me veían linda con tanto colorido del vestuario, me animaban, me maquillaron, arreglaron las flores, las polleras la manta el sombrero para que no cayera – si cae algo, sigues bailando, luego se recoge- me insistían.

La danza con la que participaríamos en ese encuentro, era el “Santiago”, fiesta tradicional de los meses de julio, de los pueblos de Junín; hermosa por su coreografía, por la vestimenta, por la música y por su significado: expresa el conteo y la marcación del ganado, que deviene en gran júbilo su incremento; por lo que los patrones, dueños del ganado, muy agradecidos con la Pachamama, madre tierra, sus trabajadores, vecinos, amigos, ofrecen una fiesta con bebidas y comida en abundancia.

Es lo que debíamos representar. Por ello fiel a las costumbres, de pronto apareció ella, la importante de los instantes vitales, a quién casi siempre esquivaba, el PISCO, la “bebida espirituosa” de Perú, esa que tiempla el alma lo necesario para expresar el sentimiento, laxa los ligamentos para dar la fuerza requerida para la danza o la tocata, afloja lo suficiente las cuerdas vocales para afinar la voz y declamar, cantar o vitorear. Llegó precisa, a romper la fragilidad del momento, una copa al inicio y otra para salir, creo que fueron suficientes para moderar mi espíritu, lista para danzar frente a un público que desconocía pero que de danzas folklórica conocía.

- ¡Atentooooos, nos están anunciando! – clamó el jefe. -Todos en sus lugareees y vaaa: ¡tres urras por Arguedas! ¡ra, ra, ra! Otra por la UNALM: ¡ra, ra, ra! -. Esos ánimos sumaron mi motivación, me sentí parte de un equipo que estaba listo para narrar la costumbre de un pueblo luchador, que sabía tener un momento para celebrar, festejar con alegría y agradecer a la madre naturaleza con esperanza, las bondades recibidas.

- ¡Salió la melodía! - continuó el jefe, - ¡muchachos marquen pasooo… patroneeeeees: 1, 2, 3 adentro! - logro escuchar, vivo el entonces junto con los mil pensamientos, la tembladera y el trago que hacían una nebulosa mi cerebro: éramos los primeros en salir al ruedo. - ¡Dios!, ¿ahora?, ¿hay tanto público?, ¡Uy! XYZ me estará viendo, ¿cómo llegué aquí? - recuerdo … - Pero ¡ahí vamos, no queda otra! ¡ya estamos en el escenario! - Me repetí, segundos antes de sentir únicamente la música, mis pasos y mis movimientos que se volvieron casi repetitivos, a la par del guapeo femenino, de la algazara y el triunfo, tan agudo como las cabezas de los Apus, los cerros.

Tengo casi claro el final del evento: las chicas con sus sonrientes caras inmóviles bailando graciosamente, ya de salida; los muchachos guapeando con sus últimos alientos y fatigada alegría; retumbando mi corazón y mis pasos en movimiento al ritmo del ¡ajajay, ajajay, ajajay!, de la mano del patrón, era la última vuelta, saliendo del escenario que parecía inmenso, sonriendo, despidiéndonos apoyados por el agradecimiento del maestro de ceremonias y la ovación del público. Luego, llegar al camerino, aflojando el vestuario para aumentar mi volumen de aire y echarme en el piso por largo tiempo…

Siempre eran hermosos los finales de los eventos. ¡¡Jajaja!! Se tornaba en una evaluación informal, donde todos podían decir sus errores, me di cuenta que, nunca nadie salía diciendo que estuvo perfecto, aunque el público los aclamara; yo nunca capté errores de los danzantes en el escenario, para mí eran lo mejor y casi siempre estuve ahí, para decírselos. Era muy diferente al canto, donde cualquiera nota si no llegaste a los agudos deseados, si tuviste una tonalidad grave muy tosca, si no vas en el tiempo, etc. eso lo pueden percibir, al igual que a un solista de guitarra.

Pero esa tarde, fue la excepción, creo que yo los distraje con mi debut improvisado, estaban contentos, solo preocupados porque seguía en el piso, recordaban mis desplazamientos, mi soltura, mi naturalidad ¡jajaja! Yo me reía por dentro, estaba achispada solo así podía haber hecho todo aquello; y mis cachetes adormecidos, mi guapeo chillón algo raros, algún traspié, lo decían, entonces no queriendo hacer un papelón en el escenario, me movía con más ganas, aunque seguro exageré, pero en mi rol “estaba permitido”.

Días después, en la universidad, a la salida del comedor, me encontré con la amiga a quién sustituí, ya estaba bien, feliz me abrazó porque salvé al Taller; me motivó a seguir en danzas y al llegar al taller, entre risas todos la molestaban, yo era la titular y ella la sustituta.


jueves, 26 de octubre de 2023

Negrura amada

 


 Negrura amada

Se oía como en alguna radionovela que la abuela Soledad escuchaba: “-! Negra, negra y ¡adoptada! ¿Por qué nadie me dijo la verdad?! ¡Reina de Saba, Reina de Saba! ¡Qué ocho cuartos!” - pero no, era Miriam que, llorando desconsoladamente, se encerraba en su habitación, y como solía hacerlo en los juegos, buscaba ocultarse, haciéndose un ovillo pequeñito para perderse en la cama, esta vez sin querer escuchar a nadie, ni siquiera a su padre por quién se desvivía.

 Desde pequeña la hicieron sentir diferente, empezando por la familia; en ella nunca encontraban los ojos del abuelo, el pelo de la abuela, la belleza de la bisabuela, ella no se parecía a ellos. Además, en el pueblo, ¿quién era como ella? ¡Nadie!, ni siquiera “la negra” Juanacha, la mujer venida de la costa, que fue quién la amamantó.

 Mi tío, su papá, muy ingenioso, siempre usaba eufemismos para salir de ciertas situaciones incómodas o tabúes para él. Así, solía narrarles hermosas historias, de la forma cómo llegaron cada uno de sus hijos a su hogar, lo cual los hacía felices. Todos, cada uno con su particularidad, fueron traídos por hadas, ninfas, sirenas o el muqui, venidos de tierras exóticas muy lejanas, donde la vida era un cantar. La de Miriam era fascinante y se lo relataba así:

“Fue en una época de fuertes tormentas, lluvias, relámpagos, vientos y grandes huaicos; cuando pasó por Qhishuar, la Reina de Saba, que huía en su alfombra voladora con su gran séquito, perseguida por el Rey Dragón. Nadie podía verlos por la neblina oscura que envolvía al pueblo. Pero de repente un gran rayo los alcanzó, dañando la tripulación, partiendo la alfombra que fue a dar muy cerca a la casa, por lo que se les brindó ayuda con mucha discreción para no alarmar a la población que estaba muy sobrecogida. De los escombros, salió una bella señora, junto a dos hombres, protegiendo entre sus brazos a una pequeñita; ella, al ver a 03 niñas hermosas, tus hermanas, y temiendo ser alcanzada por su enemigo, por el mal tiempo que no la ayudaba, abrazó con mucho amor a la bebé y en seguida se lo entregó a tu madre, diciendo: ‘- para hacer más bello tu rosal, Miriam, la reina de Saba, es tuya, aquí estará segura-’. Después, terminada la reparación de la alfombra, los viajeros emprendieron su curso, pero nunca ella dejó de escribirte, cada navidad, cada fecha de tu cumpleaños”.

 Este relato la fortalecía y su padre cada vez que quisiera se lo repetía. Sin embargo, con el tiempo, no seguiría siendo así. Estando en cuarto año de primaria, al quitarse la pelota con una amiguita, en el juego de básquet, esta le habría gritado: - ¡Negra, Camerún! - y desde entonces, en privado, así la habrían nombrado sus compañeras de salón, luego se extendería a todo el colegio. Esta situación, en medio de su inocencia, la llevó a pelearse muchas veces, y a quejarse con su papá - ¿Por qué a mí, no me trajeron blanca? – entonces, su padre consolaba su doloroso llanto con sabia dulzura: - “¿Cómo podíamos habernos negado a tan precioso regalo, una reina?”-. Y así, ella siguió creciendo, pensando que procedía del reino de Saba, que resaltaba orgullosa, cuando salía victoriosa en los eventos musicales y deportivos, donde era genial, pequeña, con solo mirar al tío, aprendió a tocar la guitarra y a cantar, además de ser increíble en el basquetbol y el voleibol.

 Entre los niños, la singularidad de Miriam despertaba cierto celo que, también, nos llevaba a liarnos con los compañeros de salón, donde muchas veces hubo intervención de los profesores y padres de familia; esto a veces lo platicábamos en la mesa. Quizás por esto, alguna vez escuché a mis padres hablando del gran temor que la niña descubriera por “otros” su verdadera historia – ya le he dicho a mi hermano – dijo mi papá y yo pregunté - ¿qué cosa papá? – no recibí respuesta y mi madre me recriminó por meterme en la conversación de mayores.

Y ahora, a los 11 años, informada por bocas perversas, Miriam no deseaba ver a nadie y sus padres lamentaban que así sucediera, nunca le pudieron contar las circunstancias reales de su llegada. Mi tío se repetía – siempre intenté, siempre, pero me quedé corto – hasta ensayé, poniéndome frente a ella narrándole la verdad: “cuando tu tío Amilcar se recibió de médico, fuimos con tu madre a acompañarlo hasta Trujillo y nos quedamos quince días. En una de las noches que estuvo de guardia, cansado, a eso de las 3 a.m. se retiró a fumar un cigarrillo detrás de los consultorios; pasado un tiempo escuchó un gemido casi inaudible que al principio ignoró pensando que podía ser un gato, pero al siguiente, presuroso se guio por el sonido, dentro de una caja descubrió a una recién nacida envuelta en una sábana blanca, a la cual salvaron. En los días siguientes, sabíamos de los avances de la niña, - ‘está relinda’-, nos comentaba feliz, mi hermano. Cuando la iban a trasladar al Albergue Infantil, nos invitó a verla: unos bellos ojos en tan pequeño cuerpecito nos recibieron, no dudamos en acogerla, - ‘será nuestra Reina de Saba’- dijo tu madre, mientras te abrazaba”; terminó su relato, dando un suspiro.

Aquella noche, la familia se juntó en la casa de Miriam, los hermanos, abuelos, tíos, primos; todos nos acurrucamos en la sala esperando por ella. Cuando al fin salió por la mañana, nos miró sorprendida, abrazó a mi tío y se echó a llorar abrazando a mi tía. Después, todos la abrazamos, lloramos hasta que preguntó – ¿todo esto es por mí? - y con gran algarabía, la levantamos, lanzamos gritos, estruendosas risotadas y saltos felices. Fue un hermoso momento familiar, todos amábamos a Miriam y ella lo sintió así.

Siempre las vacaciones las pasábamos en el campo, eran magníficas, pero aquellas fueron especiales para Miriam. Una de las terneras había concebido dos y en el proceso del parto murió, quedando huérfanas las dos becerritas que requerían cuidado porque no podían sostenerse en pie. Ella se obligó a adoptarlas, haciendo lo imposible para que las huérfanas zafaran; hasta dormir con ellas las primeras semanas o crear un espacio abrigador, instalando un fogón a modo de calefactor para atenuar el frío nocturno. Disfrutó responsablemente sus logros, la primera noche ambas cogieron el biberón, dos días después comenzaron a pararse solas, a la quincena ya la seguían o llamaban, bramando - maaa, maaa, maaa-, cuando no la encontraban; - “mis preciosas Qu y De”- les decía mientras ellas, retozando acudían a su lado. Pasado los tres meses, estaban fuertes, hermosas, listas para seguir viviendo y teniendo que asistir al colegio las dejó al cuidado del pastor, a quién instruyó al detalle.

Ese año entraba a la secundaria, - “cosa seria”- manifestaba. Días antes del inicio de clases, pidió a la abuela hilos de distintos colores, luego sabríamos para qué: en su mochila negra, bordó en letras grandes y góticas “CAMERUN”. Desde entonces, sus compañeros solo la llamaron Miriam, y con el correr del tiempo, Dra. Miriam, la salvadora de animales.

Judih Quinteros Ewest

Recientemente publicado en el Narratorio



jueves, 21 de septiembre de 2023

 

EL SARGENTO MOTA

Algo así, debe haberles sucedido, es común.

Hace unas noches, en mi sueño, iba caminando con alguien que extrañaba y que desde antes de la pandemia no frecuentaba. Caminábamos por un sendero hermoso, charlando amenamente entre risas y bromas, cuando dentro de las formas raras que solo los sueños brindan, al llegar a mi destino dispuestos a despedirnos, él no era él, era otro por lo que agradecí mi despertar abrupto.

La verdad, seguí pensado en ese sueño que hasta “googlee” para entender la razón: “…soñar con una persona es porque nos acostamos pensando en ella o hemos pasado una buena parte del día haciéndolo…”, “…si no, lo más probable es que esta persona se haya colado en el sueño gracias a su personalidad o cualidades…” - ¡jajaja! Sonreí-. Ya muy tarde, quise hallarle la gracia, fue un sueño me dije y elogiando a Calderón de la Barca volví a sonreír: “…toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”. Luego, me permití avivar algunos recuerdos de la persona camuflada, tercamente, buscando razón y sentido al sueño.

El “Sargento Mota”, era todo un personaje en mi tierra. Ayudante infaltable en los actos funerarios y festivos incluido las de épocas de siembra y cosecha. Al parecer había servido a la patria, de ahí el apelativo “Sargento”. Además, utilizaba un capote de militar y un cachupín negro, sombrero al estilo San Martín, que a la distancia te hacía confundirlo. Algo trastocado (Mi padre decía que era muy inteligente, que se “hacía”), inofensivo, se manejaba como “cortejador”, “conquistador”, “galán”, teniendo en su haber una larga relación de “novias”, con cuyas historias inventadas solía hacer reír a la gente.

Yo le tenía un serio miedo que se fundamentaba en nuestra idiosincrasia. Sucede que, en los pueblos andinos, los padres, siempre buscan la ayuda “inofensiva”, “pacífica” para que los niños “no lloren”, “coman toda la comida”, “no hagan berrinche”, “hagan la tarea”, “hagan bien los mandados”, etc. Y esa ayuda lo prestaban ad-honoren varios personajes, entre ellos el “Sargento Mota” al que para estos casos conocíamos lo como “el loco sargento”. Ergo, decirle: “! viene el loco sargento!” a un niño berrinchudo, con seguridad iba a calmarle.

Congeniaba con los colegiales adolescentes, porque ellos hacían un festín de todas sus ocurrencias e incitaban a que flirtee a las chicas. Eran tiempos en que los chicos, podían silbar, hasta en coro, a manera de piropo solo para sonrojar a las chicas. El acto no era considerado acoso, sino simples bromas propias de la edad, de las que las mujeres nos cuidábamos por el roche.  En algunas ocasiones, a la salida del colegio, junto al manantial de Andahuaylas, se apostaba el Sargento Mota rodeado de los muchachos, quienes instigaban para que saludara a sus novias y luego reían estentóreamente.

Por los chicos sabíamos quiénes eran sus “novias”: Natecha, Noymi, Chela, Velma, Nelle, Rayna y luego, no sé cuándo entré a formar parte de su relación, como Jodhet; lo que encantaba a mis compañeros de salón que cuando tenían la oportunidad de chacotear, escuchaba que le incitaban a llamarme y él obedecía, a veces hasta me enviaba a casa: “Jodeth, Jodeth ve rápido a la casa”. Sabíamos que las bromas no lo hacían de mala fe, nadie al Sargento lo consideraba un ser temible, solo querían reírse con sus ocurrencias sosas, al que muchos adultos varones y mujeres se plegaban. Nadie, tampoco, podía imaginar el miedo que me causaba, al punto que cuando alguna vez, mi papá lo contrató de peón, enfermé y no fui al campo.

Un día me enteré de una infidencia. Cuando quería ser interesante y resaltar, modulaba su voz y se le escuchaba diferente y nadie pensaría que era el “Sargento Mota”, no cantaba, pero recitaba en perfecto castellano. El infidente me contó que, cuando se unía a las serenatas, le pedían que declame su poema. Entonces salía un Becker o un Amado Nervo, pero con un introductorio infaltable, de su propia cosecha y que muchas escuchamos: “… a tu puerta ha llegado amada mía, henchido de versos mi sagitario pecho, para anunciarte que no existe flor más hermosa, que mi amor mira cuando te miro…” y seguidamente se iniciaba la serenata.

Alguna vez que visitaba a mi tía, vi a doña Ballica, madre de dos de sus “novias”, mofarse llamándole la atención, a la par que descargaba la leña: “… suegrita, suegrita, ni con esta carga puedes y ¿vas a poder con mis hijas?, ellas van a terminar el colegio de ahí van a seguir estudiando ¿vas a poder aguantar? ...” la gente que escuchaba se reía y les incitaba a que diga si, entonces él reía y repetía “si suegrita, voy a poder”.

Nelle, no le temía. Me contó que una vez, mientras lavaba la ropa en el río, vio al Sargento echado en la ladera y de rato en rato le tiraba piedrecitas, cual un enamorado. No le hizo caso. Entonces bajó al río, se tumbó en una piedra grande y se quedó dormido, mirándola. Habiendo terminado de lavar debía irse, pero no llegaba ninguno de sus hermanos para ayudarla, entonces le dijo - Oye Sargento, no seas vago, ven ayúdame - el sargento corrió solícito y le cargó una enorme tina hasta su casa. Desde entonces muchos mandados le daba esta “suegra”.

En la cosecha de maíz, de mi último año en mi tierra, llevaba los burros de carga a la chacra, montada en uno arreaba al resto por un camino bastante estrecho. Estaba por lanzarme del animal apenas lo vi, sentado sobre una muralla, pero al ver que los burros tomaban otro camino grité - ¡Atájalos Sargento! - y él corriendo encaminó a los pollinos. Detuve mi miedo, recordé a Nelle, me calmé y seguimos camino al predio.

En el trayecto, el “Sargento Mota” fue mi ayudante y guía, disfruté de sus aventuras con la “suegras” quienes, enteradas de sus pretensiones, al parecer le hacían trabajar. Me hizo tanta gracia el percance que afirmaba haber tenido con una “suegra” el año anterior; le había hecho cortar leña todo un día, todo el tiempo recriminándole para que avance: - Al menos sabrás rajar leña, sino ¿cómo piensas mantener a mi hija? -. Al día siguiente, se enteró que la “novia”, ya se había ido a Huacho. Él reía feliz, mientras sucedían los relatos.

La última vez que vi al “Sargento Mota”, sin capote, sin cachupín, tranquilo, serio, fue en el entierro de mi padre, a quién apreciaba bastante. Llorando me pidió un pañuelo que había lavado - recuerdo de mi maestro- me dijo, enjugándose el llanto y doblando el pañuelo.

Ahora que por el sueño recordé, me pregunto, qué habrá sido de él, espero siga declamando sus poemas.

Judith Quinteros Ewest


Judith Quinteros

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Latino americana, Lima, Peru
Soy peruana, madre de Illa Antonio y de Urpi Judith. Soy ingeniera de profesión y vivo enamorada del amor, de la lucha, del cambio y de la esperanza y entonces también suelo decir: amo el canto, porque asi, el cantar tiene sentido, entendimiento y razón.

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